Pobre Mariah Carey. Tiene que resultar duro ser ella en pleno 2012. Es una de esas mujeres cuya sola mención puede provocar urticaria a un elevadísimo número de interlocutores cuando la pobre, básicamente, no ha hecho nada malo. Su pecado es haber elegido el camino más difícil:representa el color pastel en una industria en la que los buenos sentimientos son arsénico para la creación. ¿Ha visto usted alguna película en los últimos cincuenta años en la que sus protagonistas sean felices? Mariah es feliz todo el rato o al menos intenta hacer que nos lo creamos. Y eso, tal vez, es motivo suficiente para detestarla.
En el pop, la agresividad te legitima. Eso explicaría por qué nadie aparece jamás sonriendo en una portada. Ni a Madonna, ni a Britney, ni a Beyoncé se les ha ocurrido en su vida. Pues Mariah lo ha hecho en nueve portadas de sus discos. En una de ellas incluso le brillaban los dientes. Mientras, todas las estrellas se enfadan defendiendo alguna causa. Beyoncé chilla en favor de las mujeres. Janet Jackson alza la voz para llamar la atención sobre la injusticia racial. Madonna suele soltar tacos al azar durante sus conciertos e insulta a Bush y Marine Le Pen. Mariah tiene un chillido inconfundible, marca de la casa, que sirve para reventar cristales y auyentar pastores alemanes pero no defiende nada en concreto. ¿Por qué iba a hacerlo? “Muchos está cantando sobre lo jodido que está el mundo”, declaró en una ocasión, “y no estoy segura de que eso sea lo que la gente quiere oír”. Su actitud es más honesta que la de sus compañeras de oficio y su vacua defensa de la pobreza. El ataque al neoliberalismo de Madonna en un concierto cuyas entradas más baratas, al fondo del estadio a la izquierda, salen por cien euros resulta sospechoso. Luego está el feminismo de chichinabo: Beyoncé cantó una canción –muy bonita por otro lado– en la que gritaba en medio de una coreografía frenética “¿Quién controla el mundo? ¡Las mujeres!”. Se ve que nadie le contó que a nivel mundial las mujeres en puestos políticos no superan el veinte por ciento. Pero si cuela, cuela.
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